La RELIGIÓN EXTERIOR, en los tiempos de Jesús, había reemplazado a la RELIGIÓN INTERIOR. Lo más importante era cumplir preceptos y ritos que olvidaban tanto lo divino como lo humano.
Jesús, en muchas oportunidades, mostró con palabras y obras lo importante de lo humano (sanar una dolencia o segar para alimentarse en sábado) y de lo divino (orar en secreto en la habitación o entre dos o tres) más allá de los rituales externos.
El Evangelio de hoy nos trae esa voz con más contundencia: "todo esto que ven (el hermoso templo) será destruido".
Porque Jesús quiere que volvamos a la RELIGIÓN INTERIOR, al 'tête-à-tête', el cara a cara con el hermano en su nombre, a la religión interior de los patriarcas y profetas, al llamado, a la conversión, a la búsqueda y al diálogo con Dios.
Es por eso que en el Fogón de Cristo lo importante no es la RELIGIÓN EXTERIOR sino la INTERIOR compartida y vivida con los hermanos.
No existe entre nosotros el puntilloso escrúpulo del ritual sino el ritual que exterioriza la alegría que llevamos dentro.
El único mandamiento es el del amor. Amamos al hermano más que a sus costumbres. Amamos a la Virgen más que a los rosarios. Amamos a Dios más que a sus signos y creemos en la unidad con los santos más que en sus reliquias.
Luego, los signos de Dios danzan con nosotros pero no son la danza misma. El sábado es para la persona más que la persona para el sábado. El culto a Dios es el amor y no una serie de recetas de cortejo.
Proclamamos a un Dios vivo. Construimos el Reino en el corazón y no de ladrillos y bronces.
Nuestro tesoro es el pobre y nuestro sagrario, el corazón. No amamos las sombras, lo perecedero, sino la luz que habita en cada uno de nosotros por la fe.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario